Enciendo la luz que está sobre la bacha de la cocina, saco las verduras frescas de la heladera, abro el primer cajón donde busco el instrumento apropiado, de los que tienen dientes el más cortante. Lavo hoja por hoja, pieza por pieza dejando correr el agua fría que con su pureza es capaz de despojar toda partícula ajena.
Mientras enciendo la hornalla y coloco una sartén sin mango a calentar, tomo la cebolla, le quito las capas que hacen de cáscara y en una lucha que sé que voy a perder intento rebanarla rápidamente para no lagrimear demasiado, después me seco los ojos para seguir.